Me asusté al imaginarme
con una joya de barrio
adornando mi belleza
de chica de calendario.
Los pendientes los firmaba
la madre de Andreíta,
aquella niña rebelde
que el pollo no comía.
Las pulseras eran finas
en mis muñecas tan frías
como los anillos gruesos
que a mis dedos oprimían.
Lo mejor era el reloj
adelantando mi tiempo
en una vida más propia
de la Reina de la tele.
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